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domingo, 1 de noviembre de 2015

Velada

Te aparté un mechó de pelo de la frente, pero hiciste una mueca involuntaria de disgusto y decidí dejarte descansar. Al cabo de un par de minutos, tu respiración se acompasó. Siempre me ha maravillado tu facilidad para dormirte tan rápido, supongo que el truco es vivir muy intensamente las horas que uno pasa despierto. Aflojaste las manos y tu expresión se tornó casi beatífica. Parecía que de tu pecho se evaporaban las preocupaciones para dejarte en paz al menos durante unas horas. Me gustaba pensar que yo las recogía mientras te velaba, aunque nunca fui muy ingeniosa para buscar las soluciones, así que por la mañana te las devolvía, un poco enredadas con las mías. Qué curioso, las inquietudes no entienden de matemáticas, y al sumarse parece que se aligeran.

A veces creo que no hay mejor lugar en el mundo que ese espacio entre tu mandíbula y la clavícula. Allí huele a bosque y a miel, a sábanas y a lluvia. Allí es donde coso mis inquietudes a tus lunares y donde resuena el eco de la risa. 

Te tapé mejor con las sábanas y salí de la habitación discutiendo conmigo misma si era una romántica por querer atraparte entre mis letras o una estúpida por pensar que podía intentarlo y salir victoriosa en el intento.