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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Azul...

<<Mira mamá, ¡una chica con el pelo azul!>>

Me sentía azul y se me antojó pintarme la poesía en el cuerpo. Me sentía agua, viento y cielo, y al parecer soy tan cursi como Rubén Darío. Me gustaba tanto el contraste de unas letras negras sobre un folio en blanco que decidí convertir mi piel en papel y mis sueños en tinta. Quería ser una acuarela, una pincelada de color sobre el fondo gris del mundo.

Todo empezó con una mecha morada. Una simple e inocente mecha morada. Acababa de empezar la universidad, estaba en una ciudad nueva que parecía albergar mil oportunidades, y por primera vez estaba lejos del nido. Me sentía exultante, no tenía que rendir cuentas sobre cada uno de mis actos, no tenía que contenerme ni moderar mi manera de ser. Así que lo primero fue una mecha morada. A decir verdad, pasaba bastante desapercibida, pero para mí significó un tremendo acto de rebeldía. Por alguna razón, se me había intentando inculcar que sobresalir es malo, que es más sensato y seguro pasar desapercibido entre la masa. Qué tontería. La virtud está en medio de los extremos, pero también la mediocridad. 

No pasó mucho tiempo hasta que el pequeño mechón morado se me antojó insuficiente. Me teñí casi la mitad del cabello. Ahora que veo las fotos, creo que no me quedaba muy bien, pero me sentí muy valiente al hacerlo. Comencé a darme cuenta de que no me importaba la opinión de los demás. Cada día me sentía más segura, así que me teñí el pelo de morado por completo.
Después vino el cabello rojo. Rojo sangre. Era bonito, pero no sentía que fuera mi color.

El azul llegó en invierno. Me sentí muy extraña al verme al espejo. Era tan raro, tan chocante... La gente me miraba de hito en hito cuando se cruzaba conmigo por la calle. Oía murmullos, a veces de admiración y otras de espanto. Me enamoré perdidamente del azul. Sentía que mis palabras y mis pensamientos eran de ese color. Puede parecer superficial y estúpido, pero pensar que tengo el cabello azul me hace sentir valiente. Me recuerda que tengo que considerar en primer lugar lo que siento y lo que pienso, me recuerda que no tengo que dejarme llevar, que no debo asustarme o intentar satisfacer a los demás. Es una bandera, una declaración de intenciones. Es poesía para los ojos y música para los oídos, por lo menos para los míos. El azul espanta el miedo y me incita a vivir con más intensidad.

Jamás me había sentido tan bien.